lunes, 24 de enero de 2011

Martin Vail

Martin Vail nació en Seattle, en el año 1965. Sus padres trabajaban en una fábrica de coches. Se conocieron allí cinco años antes del nacimiento de su hijo. Fue un auténtico flechazo. El señor Vail se enamoró del físico de su futura esposa. Todo lo que llegó después es obvio: miradas, cenas, algún beso, más cenas, años compartiendo piso y Martin.
El pequeño de los Vail era un tipo gracioso. Lucía una melena castaña que iba a juego con sus grandes ojos verdes. Siempre hacía alguna tontería. Era divertido verlo jugar con esos pequeños zapatitos de niños pequeños y ese peto color azul claro. Tenía unos labios carnosos, perfectos para dar besos. En 1970 empezó a ir a la escuela. Era un chico listo, pero odiaba hacer manualidades. Solía decir que él quería ser grande y esas cosas eran para los niños pequeños. Siempre fue maduro. Los Vail estaban orgullosos de él. Tenían suerte de tener un hijo como Martin, se puede decir que era un ejemplo a seguir para los demás chicos del barrio. Sin embargo, toda la suerte se acabó el día del décimo cumpleaños de su hijo. El pequeño estaba jugando con sus amigos en la calle. En ese instante, una mujer de 50 años se suicidó tirándose desde un octavo piso y cayó encima del señor y la señora Vail. La mujer murió al instante. Los padres de Martin, unas horas después en el hospital. El pequeño Vail lo vió todo y sólo tenía 10 años.
Con 10 años, Martín todavía era un niño de melena castaña y esos ojos verdes. Sin embargo, no tenía padres ni ningún familiar cercano. El Estado decidió que una vecina cuidaría de él hasta su mayoría de edad.
La adolescencia de Martin Vail sin sus padres fue dura. Ya era grande, pero echaba de menos a sus padres. Aún sacaba buenas notas, era un chico apuesto. Sin embargo, tenía grandes problemas de concentración. Odiaba el deporte, pensaba que era un puro espectáculo en el que dos equipos se enfrentaban sin sentido alguno. Tocaba la guitarra en un grupo de rock con unos chicos del barrio. Hacían un par de conciertos al año. Era un buen grupo, pero a Martin le daba igual si eran buenos o no. Él estaba en el grupo porque era un reclamo para las chicas, a ellas les llamaba la atención este tipo de cosas. Así pues, gracias al grupo y a su físico ligaba bastante durante su adolescencia. Sus ligues siempre eran chicas muy guapas, con mucho pecho y un buen culo. El grupo no duró más de dos años porque Martin se cansó de tocar. Sólo era una tapadera para ligar con chicas. Además, tenía que centrarse con los estudios. Su tutora legal le decía que si no sacaba buenas notas lo echaría de casa. Ella quería que Martin fuese algo importante en esta vida, creía que era listo. Aspiraba a algo más que a acabar trabajando en el típico bar de carretera. A los 18 entró en la universidad para estudiar Economía. Era su sueño. Siempre había querido saber
cómo se movía el dinero. Odiaba el dinero, pero representaba el poder absoluto en este mundo. Estudió durante 4 años en Seattle y después hizo un máster. Seguía con su melena, sus ojos verdes y esos labios besucones perfectos para tocar la trompeta. Era atractivo, muchas chicas lo miraban en la universidad. Sin embargo, a él ya no le interesaban las chicas. No se había enamorado nunca y odiaba la posibilidad de hacerle daño a una chica. Después de la universidad, encontró trabajó en una empresa de Seattle. Dejó de vivir con la tutora que lo había cuidado durante 16 años para mudarse a un pequeño apartamento en el centro de la ciudad. Sin embargo, el crecido Vail echaba de menos a su tutora legal. Intentaba ir a visitarla una vez por semana y se comían un pastelito juntos. Martin le explicaba todo a su tutora y ella asentía con la cabeza.

Trabajaba 5 días a la semana, 6 horas cada día. Su empleo consistía en ordenar las facturas de la empresa y era el chico de los recados. Sin embargo, el jefe le había dicho que con un poco de suerte podría ser el contable. Allí conoció a Amy, la hija del jefe. Era una chica guapa, muy interesante. Cuando Martin llevaba un mes trabajando, le ascendieron. Estaba contento y para celebrarlo invitó a Amy a cenar. Con ella, Vail se encontraba bien. No tenía preocupaciones. Creía que se había enamorado por primera vez en su vida. Quedaban con regularidad, miraban películas y hablaban sobre libros. Para Amy, Martin Vail era el hombre ideal. Era guapo e inteligente, sabía cómo actuar en cada situación. Todo era perfecto. Por primera vez en su vida, Martin creía que todo iba bien y no fallaba nada.
Sin embargo, un mes después murió su tutora legal. A Martin le dolió su muerte. Ya no tenía familia alguna, no podía agarrarse a nadie si pasaba un mal momento. Sólo tenía a Amy y su relación no era demasiado estable. Entró en una gran depresión. Empezó a beber mucho para olvidar todo el dolor que había pasado anteriormente. Ya no le importaba la economía o los grupos de música. Se dejó barba para tapar esos labios tan sensuales y se cortó el pelo. Martin había cambiado mucho. Cuando bebía solía ponerse agresivo con Amy.
Una mañana, Vail agredió a su novia e intentó estrangularla. Así pues, la pelea acabo cuando ella perdió el conocimiento. A las pocas horas estaba sin trabajo y entregado totalmente al alcohol. No volvió a saber más de su jefe y la hija del jefe.

Tenía que pagar la hipoteca del piso, así que buscó trabajo. Pese a su excelente currículum nadie se atrevía a contratarlo. El fuerte hedor de alcohol estaba demasiado presente en su persona. Vendió toda su ropa cara para poder comprar vino barato. Siempre iba sin afeitar, con la misma camisa blanca y un pantalón negro. Daba auténtico asco. En un mes, el banco empezó a mandarle cartas explicándole que si no pagaba se quedarían con el piso. Unas semanas después, Martin Vail estaba viviendo en la calle. Era extraño. En apenas unos meses, su vida se había degradado completamente. Había pasado de ser la mano derecha de
una empresa de Seatlle a ser un borracho vagabundo. Vivía con las limosnas que le daban los transeúntes. Para pasar las horas, dibujaba cosas tristes. Siempre lo hacía en blanco y negro. Algunas veces alguien le compraba algún dibujo y Martin se lo gastaba en copas o en algún snack para comer. Cuando llevaba unos 3 meses en las calles de Seattle encontró una guitarra en el contenedor. Era una Telecaster, estaba rota y le faltaban un par de cuerdas. Sin embargo, todavía sonaba. Martin la quería para pasar las horas y conseguir alguna moneda.

Martin fue un adolescente prometedor, rozaba la perfección. Ahora pasa frío en la calle e intenta olvidarse de ello pintando y tocando algo de música. Cuando tiene algo de dinero compra whisky para olvidar sus penas. Así es Martin Vail, un hombre venido a menos.

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